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La (a)normalidad de lo escolar. Posdata: el pensamiento de Michel Foucault.



Publicado por: Carlos A. Reyes en

junio 11, 2020 4905 Visitas



Por: Carlos A. Reyes.

 

Desde Foucault, la normalidad se presenta (y no es), como toda tradición que se funda en un espacio y tiempo determinado por lo “normatizado”, por lo que debería ser, ¿pero según quién dicta ese deber ser? La respuesta a “ese” según quién, tiene que ser y ver con esa relación de poder y saber, un poder fundado en un saber, entendiendo el poder como un ejercicio de voluntad sobre otro, por lo que para el poder, siempre deberá existir un otro, una voluntad de imposición en ejercicio; asimismo, el saber legitima ese poder, en función de reconocerse como saber y, en términos históricos, ese saber está implícitamente en la aceptación o negación del sujeto, con sus formas de vida, de pensamiento y de valores. Esto es, no se habla del saber como conocimiento, sino como una regla, la regla de lo que todos debemos conocer, de ser y hacer.

 

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Así, la normalidad no es más que una práctica colectivizada, que dicta una forma de vida, de pensamiento y valores, regulados por la aceptación y la negación, de lo que los sujetos desde su colectivo, pueden o no practicar (Reyes, 2019). Así, la “normalidad” se ha adherido a un debate singular, como resultado de afrontar una pandemia políticamente (in)sana, y recuperar presencia en la naturaleza materializada. Pero, ¿volver a la normalidad? ¿qué normalidad? y, ¿por qué y para qué? Pensar en un “regreso a la normalidad”, como efecto de la “recuperación global” ante la contingencia sanitaria que puso en jaque la estructura y organización social, política, económica y demás esferas humanas de la sociedad, es asumir un presente “anormal”, en cada sentido de la naturaleza y la materialidad que nos concierne como individuos. Sin embargo, ¿somos anormales? o, ¿por qué concebir nuestra cotidianeidad como la “anormalidad”? y, ¿por qué nombrar como “anormalidad” nuestro hoy, nuestro día a día?

 

Ante esto, es importante advertir que, entre la normalidad y la anormalidad, hay dos puntos de diferenciación: el primero, tiene que ver con una cuestión de definir que lo normal, alude a lo conocido, lo anormal también, pero que no es compartido, ni bien visto. Esto permite asumir que el “regreso a la normalidad”, es para regresar a lo que se conoce, se comparte y es bien visto, por lo que, si “se vuelve a la normalidad”, es porque estamos en una anormalidad, y que lo que conocemos, compartimos y vemos no es bien visto. Un segundo punto de referencia, es que el “regreso a la normalidad”, resulta no como un opuesto de la anormalidad, sino de la ausencia de la misma normalidad, en este sentido, hablamos de la “no normalidad”. Sin embargo, en ¿cuál de esos dos puntos estamos? En la anormalidad o la no normalidad.

 

En el escenario educativo, el término “normalidad”, por ejemplo, se ha volcado a nombrar una cotidianeidad de eventos caracterizados (en su mayoría), por la “virtualidad”, de este modo, esa “anormalidad” está mediada por lo virtual, aunque, ¿lo virtual es lo anormal? o, ¿lo virtual como reemplazo de lo presencia, es lo “anormal”? habría que definir si el “regreso a la normalidad”, tiene que ver con un estado de ser y estar en la “anormalidad”, de modo que, la “anormalidad” desde el discurso de lo educativo, ha tornado a nombrarse como una educación escolar a distancia, una distancia que ha evidenciado no solo una brecha de la adopción y adaptación de recursos tecnológicos, de contenidos en la nube o de una interactividad en red, sino de desigualdad que socialmente la escuela representa a través de cada uno de sus actores: profesores, estudiantes, directivos y padres de familia.

 

De esta manera, la “anormalidad escolar” (que acontece y de la cual somos parte), no es más que el producto de una supervivencia de la “escuela normal” (de lo normalizado, de lo normativo al modo de ser sujeto y hacer(se) sujeto), una escuela no tan diferente a la escuela de la “anormalidad”, donde quizá lo único “normal” entre ambas, sea la misma desigualdad que expone el complejizado escenario educativo. Así entonces, ¿qué es volver a la normalidad para la educación? ¿Será que la «normalidad» es  volver a “lo mismo” de manera presencial y ya no virtual? o, ¿cuál es el sentido de la “normalidad” para la educación? Tácitamente la «normalidad escolar», sea un regreso a lo presencial, entre estudiantes con profesores y viceversa, con el escenario escolar, con las prácticas que fundan lo instituido y lo instituyente en la denominada escuela.

 

A pesar de la forma de mirar lo que puede ser o no, la «normalidad escolar», el «regreso», no es más que el abandono de una «normalidad», una normalidad que le pertenece al evento global, pues se comparte, se acepta en el colectivo, muy a pesar de su indiferencia sanitaria que pueda o no representar. Por ello, hablar de “regresar a la normalidad”, es hablar de un regreso inexistente, pues es un espacio y tiempo que ya no es, que ya no está, que ya no existe y el «regreso» no es más que la configuración de una “normalidad” que se ha de edificar. El hecho educativo, por tanto, no padece de “normalidad”, sino todo lo contrario, cada día edifica una «normalidad», en la que el profesor y el estudiante de la escuela tradicional, ya no es y, ese estudiante y profesor, queden en la denominada escuela tradicional, pues pertenecen a ese espacio y tiempo y, el estudiante y profesor de la “normalidad virtual”, pertenecen y se ejercen en un nuevo «escenario de la normalidad».

 

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Finalmente, ¿quién dice que tenemos que regresar a la normalidad? Hablamos de una normalidad reglada por alguien y por algo, pero en este intento de “regreso a la normalidad”, existen ideas que fuerzan la voluntad (el regreso), una voluntad que cuando cumpla su cometido, muy seguramente regresará a lo que ya no es ni hay, para volver a ser y hacer, de ese regreso, la “normalidad”. En el campo educativo, el regreso a la normalidad, no es un regreso a lo presencial, no es un regreso al aula, un regreso a lo que es la comunidad escolar, sino todo un rompimiento de esquemas “normalizados” como lo “normal”, que permitan, no solo un regreso, sino la desfragmentación de lo normativamente reglado, (re)pensando la idea educativa desde su sentido (des)escolarizado.

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