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Entre académicos y políticos: una disonancia discursiva.



Publicado por: Carlos A. Reyes en

febrero 12, 2019 1808 Visitas



Por. Carlos A. Reyes.

 

 

La llegada de AMLO a la silla presidencial en el diciembre pasado, evidenció la precariedad política en la que muchos militantes de la oposición se encontraban; un escenario fracturado por sus propios miembros trataban de sostener lo insostenible, mostrándose como colectivo, después de saber que serían minoría para decidir sobre las decisiones políticas de un Estado mexicano que tuvo un verano inclinado por la bancada de morenistas, a quienes confiaron la vida pública de los próximos seis años.

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Ante tal acontecer llegó también la ola de críticas que enjuiciaba los principios políticos con los que AMLO proclama su devenir político; entre burlas, cuestionamientos y sarcasmos lingüísticos -en su mayoría-, de quienes no figuraban la imagen de AMLO, del eterno precandidato del populismo, como nuevo presidente, tal como citaban las voces. Lo único claro hasta este momento, es que la comprensión de la vida pública y política sigue teniendo tonos distintos, diferencias entre unos y otros.

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Entonces… ¿de qué manera queremos ser gobernados? Ni los rojos, ni los azules, agradaban el ojo del pópulo para los próximos seis años, por ello, apostar por los guindas era la “esperanza de México”, una esperanza que se vio inicialmente interrogada por la opinión diversificada y descalificadora, seguramente, de los proclamadores como oposición -los derechistas-, aquellos que son los que saben hacer política. Todo un clásico de la política, un duelo entre rudos y técnicos, entre populistas y neoliberales, un debate que formaba parte de la tradición con la que por décadas se ha definido el escenario político mexicano.

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Lo anterior, provee una lectura próxima, a lo que en muchos de los sectores sociales se evidenciaba; la educación, por ejemplo, fue ese tópico inacabable para la comunidad de eruditos, que a espera de cualquier decisión esperaban apuntar la lanza de crítica y recomendación, algo común, singular de este gremio, que expresó su voz para ser tomados en cuenta por el orden político, algo que no muy a menudo sucede.

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Tal fue la espera, que la lanza apuntó a la propuesta educativa de AMLO, una propuesta calificada por muchos de los especialistas de irrazonable, por no tomar en cuenta los antecedentes que en materia educativa se tenían, aunque vale recordar que estos mismos especialistas que atañían a interrogar la nueva propuesta, pidiendo recuperar el trabajo anterior de lo elaborado por la reforma educativa, son los mismos que en su momento hicieron pronunciamientos sobre la «mal llamada reforma educativa».

Esta intervención que puede definirse como magistral, sobre el trabajo gubernamental que proponía la reformación de los artículos 3°, 31° y 73° constitucional, así como mantener al INEE y una serie de eventos, resaltando una posible autonomía a las Escuelas Normales, la no Derogación de la Reforma Educativa y la apertura al diálogo para quienes conforman el escenario de la educación, fue un ejercicio democrático, donde el consenso fue su tarjeta de presentación para quienes se integraron al debate. Sin embargo, lo curioso es que esta intervención detalla una propuesta -que alimenta mucho de lo que se creía que debía considerar la iniciativa de AMLO para la educación- respaldada por la minoría partidaria, si, aquellos que hicieron la Reforma Educativa, impulsada en el año 2013 y que durante seis años aludieron a discernir de manera aguda, crítica y con singular perspicacia. Ante tal particularidad, había compromiso por parte de los académicos, pero también por parte de la denominada oposición, algo raro en el medio de la política educativa, advirtiendo una serie de preguntas en torno a tal respaldo partidario.

En ningún otro momento, académicos habían saltado al campo de la acción política, al menos no, en los últimos años, como lo hacían con el actual gobierno, lo que supone sobreentender que tan mala fue la propuesta de AMLO, o que la educación se convertía en un tema de la agenda pública, en un tema donde académicos y políticos habían llegado un plano romántico, de comprensión y de defensa a la educación: ¡qué paradigmático! Pero independientemente sea cual sea la finalidad, detrás del colectivo, el elitismo toma forma, de quienes dicen ser eruditos, especialistas, teóricos o investigadores; detrás de alguna de estas figuras la densidad política encuentra cavidad, cuando en el discurso no hay legitimidad. La intencionalidad no es cuestionar los contenidos de tal iniciativa, sino la disonancia social con la que dos grupos -no iguales-, comparten fines comunes, grupos, que por un lado, se prescriben como la academia, y un segundo, como la política.

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En un plano de consenso, la oposición tomaba forma en el debate por medio de los académicos y viceversa, haciéndose valerse como una «oposición ilustrada», en la que se depositaban una infinidad de ideas que se proyectaban a potenciar la propuesta de AMLO, un ejercicio que deja evidenciable un contexto de política popular. En este sentido, el único pecado político -si así se pudiera nombrar- de AMLO frente a este tipo de acciones, es poner a lado de él, a personajes menores de discurso y acción de quienes se han atrevido a dialogar, algo que desde meses atrás era parte de la cotidianidad a través de los foros de consulta, que por cierto, ¿qué queda de ellos?

Por otra parte, habrá que replantear, si en tal suceso hay oposición con política divida, o trabajo en conjunto de la comunidad científica y pedagógica, un trabajo, que expresa tintes sobrados de protagonismo, en la que imperan, intereses más allá de la preocupación educativa, sino intereses propios y privados, de una clase política, escondida entre las paredes de la ciencia y el conocimiento. Finalmente, ¿habrá nuevamente firma de pacto?, de un pacto firmado por políticos y que ahora, trata de firmarse por políticos vestidos de «académicos consensuados». 

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